Como todo en la vida, todo es un Proceso, un camino a recorrer.
La Paz no es una meta, es el camino.
La Felicidad no es un objetivo, es un camino.
La sanación no es una meta, es un proceso, un camino a transitar.
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                El modelo alopático ha         calado tan hondo en nuestra forma de concebir y         entender los procesos por los que se desenvuelve la         vida, que la terapia floral de Bach no ha quedado         exenta de ser valorada muy frecuentemente desde este         parámetro. 
                 A menudo, y         seguramente en todas partes, podemos escuchar tanto         a terapeutas y clientes, usar un lenguaje         coincidente: <>, o bien:         <>; <>; <>, <> etc….                   Si hablásemos de         fármacos, este tipo de afirmaciones tendría mucho         más sentido, ya que hay una clara relación         causa/efecto entre la toma del mismo y la producción         de efectos que se pueden evidenciar de forma muy         lineal y a menudo inequívoca. 
                 Pero cuando hablamos         de las esencias florales el tema es muy diferente.         Para quienes venimos de la medicina alopática,         resulta chocante y ciertamente preocupante, ver como         esa visión tan materialista y limitada de         comprensión se extrapola a campos que por definición         deberían funcionar desde otro marco conceptual, y me         estoy refiriendo a la naturopatía y cómo no a la         terapia floral de Bach. No creo que el objetivo de         esta última pueda ni deba ser el jugar a ser médico         alópata pero sin medicamentos. Para ello ya existen         carreras y estudios que facultan y entrenan en el         uso de los mismos. 
                 Pero afortunadamente         las flores funcionan en unos campos totalmente         diferentes de los de nuestra intencionalidad,, a         menudo confusa y desviada. 
                 Nunca está de más         recordar unas nociones de qué es la enfermedad para         Bach, cómo se produce, y cómo actúan las flores. 
                 El motivo de la vida         (la encarnación para Bach) es el aprendizaje. Para         ello nos revestimos de una personalidad tipo que nos         va a facilitar el aprendizaje de unas determinadas         lecciones (intra o interpersonales) que tienen que         ver con el desarrollo espiritual, crecimiento         personal, o inteligencia emocional, que para mí son         sinónimos. 
                 Todos tenemos un Alma         o Ser Superior que guía la personalidad, en la         dirección de este aprendizaje trascendente         (básicamente a través de la intuición).  
                 Cuando la personalidad         se desvía del camino trazado por el Alma, surge el         conflicto (la disarmonía) que posiblemente         cristalizará en una enfermedad somática.         Precisamente, los signos y síntomas de la misma         serán el aviso de que algo no funciona (la conexión         Alma-personalidad) y debe ser reconducido.        
                 De manera que la         enfermedad no se erige aquí como un castigo, sino         como la oportunidad de rectificar una actitud,         creencia o percepción equivocada. 
                 Entre las causas que         para Bach intervienen en la génesis del conflicto,         podemos citar las siguientes: la influencia de los         demás, los defectos de la personalidad, las         pseudonecesidades, etc. 
                 Todas las flores         actúan ayudando a repermeabilizar la conexión (la         información) entre Alma y personalidad, lo que         quiere decir que, en realidad, las flores somos         nosotros mismos, ya que esa información a la que         accedemos está, aunque bloqueada, en nuestro         interior. Ya en el siglo V, San Agustín dijo lo         siguiente: “Dentro mío hay alguien que es mucho         más yo mismo que yo mismo”. 
                 Aunque por supuesto         existen otras intervenciones florales que no actúan         siguiendo estos derroteros, como por ejemplo las         aplicaciones locales, donde sí que el efecto sigue         un mecanismo mucho más causa/efecto. 
                 Pero coincidiremos en         que la terapia, a nivel general, actúa claramente en         el primer circuito. 
                 Otro problema que         observo a mi alrededor es la visión excesivamente         estática del proceso terapéutico, parte de lo cual         ya había comentado al principio del artículo. A         menudo se enfoca al cliente equivocadamente, fuera         de su marco de referencia, de sus circunstancias.         Como dijo Ortega y Gasset, “el hombre es uno y sus         circunstancias”. Este error lo comete también la         alopatía, y aunque en esta visión, estrictamente         mecanicista, vemos esto como una consecuencia tan         triste como lógica (dentro de su paradigma), no         resulta tan asumible cuando hablamos del cliente en         terapia floral.  
                 Me explicaré más         claramente; el discurso no debería ser este: “si le         doy tal flor puede pasar esto”; o bien: “¿esto que         le está pasando será de tal flor?”. Quien suscribe         este enfoque, sin duda no se da cuenta de que no         está tratando con una cobaya de laboratorio,         enjaulada y eximida de una serie de variables         externas que modulen su respuesta. 
                 Quizá esta visión sea         el producto, además de una visión excesivamente         alopática, de un autocentramiento preocupante. Para         bien o para mal, en esta terapia el terapeuta no         tiene las llaves de la caja de Pandora, ni las de la         sanación. Recordemos lo que a menudo se nos olvida:         las flores ayudan a repermeabilizar una información         que ya tenemos en nuestro interior. En virtud de         ello, ganamos en inteligencia intrapersonal (autoconocimiento,         conciencia, correcta autovaloración, optimismo,         impulso de logro, aceptación, etc.) e interpersonal         (empatía y destrezas sociales tales como la         capacidad de sintonizar y sincronizarnos con los         demás).  
                 Con la mencionada         información interactuamos con nuestras         circunstancias de una forma más ecológica. Pero         también pueden surgir en este punto nuevas         resistencias del ego a los flamantes mensajes que         llegan del Alma: crisis, sensaciones somáticas         desagradables, etc.  
                 Pero aún hay más         factores que modifican la respuesta del cliente: sus         actos, realizados desde un lugar diferente, a tenor         de la nueva información que recibe, generan         respuestas en su entorno, que a su vez refuerzan o         resquebrajan sus acciones, o bien se ve impulsado a         otro tipo de intervención que genera a su vez otro         tipo de respuesta. Al mismo tiempo, al no ser la         realidad algo estático, sobrevienen en paralelo         otros factores con los que antes no contábamos: por         ejemplo nos desvalijan el piso, nos echan del         trabajo, o nos toca la lotería… 
                 ¿Puede verdaderamente         alguien garantizar que todo esto ha ocurrido por tal         o cual flor, o tan siquiera aislar lo que ella ha         tenido que ver en todo este proceso? Evidentemente         no. 
                 Por todo lo dicho las         flores no son lo mismo que un PIN bancario, cuya         combinación abre o no el acceso a una cuenta, sino         que su acción se inserta en una serie de variables         multifactoriales. 
                 Por eso, seguramente         la forma de seguir adecuadamente el proceso         terapéutico, sea el que el mismo se produzca en un         marco terapéutico adecuado. Que además se tracen         unos objetivos claros, comprobables, manejables. Que         se escuche y se entienda al paciente desde su propio         marco de referencia. Que se piense con el paciente y         no sobre el paciente. Y para esto no sólo es         necesario una buena preparación técnica, sino unas         altas dosis de empatía del terapeuta, así como un         estilo de aproximación que no sea ni distante ni         invasivo. Y, obviamente, todo esto se debe dar         dentro de un marco profesional claramente ético.  
                 Entonces nos daremos         cuenta de que en realidad lo que sana no es el         terapeuta ni unas ni otras flores, sino el proceso         por el cual la personalidad vuelve a alinearse con         los dictados del Alma. Y esto, a menudo ocurre más         allá de lo que el terapeuta y el cliente piensen y         deseen. En este proceso, a menudo, una vez más, el         asombro hace acto de presencia para recordarnos que         con la terapia floral de Bach hemos hecho tal vez la         mejor elección de nuestra vida.
 
 
Querida Mirta
ResponderBorrarHoy en tu entrada has escogido un texto muy claro y definitorio del papel de las Flores de Bach, escrito por mi primer maestro de nuestras queridas Flores.
Buen momento para agradecer y reconocer todo lo que transmite y enseña.
Un fuerte abrazo
Gracias Pilar por comentarlo, lo conocí en una Conferencia en Bs. As., invitado por quien me hizo conocer las Flores, Barbara Espeche, a quien tambien aprovecho para agradecer y reconocer todo el camino transitado.
ResponderBorrarUn fuerte abrazo floral con mucha luz, Mirta
Bach fue un Ser sabio, nos dejó un legado importantísimo, encontrar equilibro y buena Salud en la naturaleza.
ResponderBorrarGracias por compartir con nosotros este tema.
Abrazos!
Gracias Adriana.
ResponderBorrarUn fuerte abrazo de luz, Mirta