Jorge Luis Borges aseguraba que componer melodías es la forma más perfecta del arte, ya que involucra todos los sentidos. Por Gustavo Martinelli - Redacción de LA GACETA.Aseguran los filósofos que la música es el idioma del alma. Es la gimnasia del cuerpo, según Platón (427-347 AC); la certidumbre de la vida, según Nietzsche (1844-1900) y el verdadero rostro del mundo, según Schopenhauer (1788-1860). Y no se equivocan.
La música no sólo es sinónimo de libertad, sino también de belleza, armonía, paz y grandeza. Tal vez por eso, Borges aseguraba que componer melodías es la forma más perfecta del arte, ya que involucra todos los sentidos. Días atrás, en su paso por esta provincia, el violinista tucumano Néstor Eidler hizo un aporte inusual. “La música no tiene palabras y, por eso mismo representa un vehículo universal para mejorar la vida del hombre”, señaló el músico.
Eidler, que vive actualmente en Barcelona (España), ha realizado diversas investigaciones sobre los efectos de las vibraciones musicales en la psique y en el cuerpo humano.
“La música tiene el poder de curar los males del hombre, pero también de generarlos”, dice el artista.
Así, por ejemplo, escuchar a Bach genera un bienestar que no brinda el heavy metal. Y lo que provocan Mozart y Beethoven es muy distinto de lo que suele producir un recital de Marilyn Manson.
Emoto ha realizado experimentos para determinar el efecto de la música sobre las moléculas de agua. Sus conclusiones aparecen en el libro “Los mensajes del agua”, que está acompañado por pasmosas fotografías captadas por un microscopio electrónico en el preciso momento en el que se forman los cristales de hielo.
Al igual que Eidler, el japonés asegura que las moléculas de agua se comportan de manera distinta según la música o los sonidos a las que son expuestas durante la congelación. Así, por ejemplo, el agua destilada expuesta a la sinfonía Nº 40 en Sol menor de Mozart originó cristales con formas delicadas y simétricas.
Pero cuando esas moléculas se expusieron a las vibraciones de la canción de Elvis Presley “El hotel de la tristeza” los cristales helados se partieron en dos. Asimismo, cuando las muestras de agua fueron bombardeadas con música heavy metal, no se formaron cristales sino estructuras caóticas y fragmentadas.
¿Qué tiene esto que ver con el hombre? Según Emoto, todo. Porque el ser humano está conformado en un 70% de agua.
Y, por lo tanto, las moléculas responden de la misma manera dentro del cuerpo humano. Claro que estas conclusiones pueden parecer más una divagación propia de un charlatán que una sólida verdad científica. Pero nadie puede negar que escuchar el “Aleluya” de Hændel, la Novena Sinfonía de Beethoven o la cantanta “Carmina Burana” arrebata el espíritu y conmociona hasta la última fibra del cuerpo.Que lo digan, sino, los numerosos tucumanos que durante el Septiembre Musical llenaron los teatros y las plazas para escuchar a Ute Lemper, a la Orquesta Estable, al Coro Nacional de Jóvenes o a Susana Rinaldi. La música es mágica. Y vale la pena practicarla.
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